Las botas negras

María cerró la puerta. Antes de empezar su ruta, introdujo la mano en el pequeño bolso de piel y de él extrajo un espejo para comprobar que sus labios estaban perfectamente perfilados.

Era sábado por la tarde y no le importó ponerse el vestido de flores. Parecía algo corto, sí, pero ya estaban en primavera y le apetecía ponérselo.

Pasó la tienda de los chinos, más adelante la de fotos y la panadería, tomó la calle del colegio, pasó el supermercado, después la esquina del quiosco, atravesó el jardín, la manzana de la universidad y al final de esa calle la vía principal. Ésta estaba llena de tiendas repletas de gente, gente libre un sábado por la tarde, gente como ella, o al menos eso es lo que ella quería creer desde que llegó a la ciudad. Quería creerse abierta a las nuevas oportunidades que se le ofrecían allí, quería creerse anónima, anónima y libre.

Por fin llegó al escaparate. El objeto de su deseo yacía en el interior, impecable y ella lo contemplaba, las contemplaba. Se trataba de unas botas altas de piel de color negro, con un discreto lazo en los lados y un tacón considerable, acabadas en punta, como bien le gustaba a ella.

Entró a la zapatería y se las pidió al dependiente con su número.

Cogió la derecha, se la puso lentamente, subió la cremallera, se incorporó y se dirigió con expectación al espejo.

Eran perfectas, aunque algo caras.

-¡Hola, María!

Una compañera del trabajo la sorprendió.

-¡Hola, Pilar! No te he visto en el trabajo esta mañana.

-No, me cogí el día libre, que ya era hora.¿Y tú? Ya veo que de compras. Por cierto, esas botas te quedan como un guante, te las comprarás ¿no? Mira, yo vengo de la boutique, de elegir un vestido para mi aniversario. Mira, mira... es precioso ¿verdad? Me pasaba por aquí a por unos zapatos que no le vayan mal, como tiene ese color tan especial...

-Sí, la verdad es que es muy bonito.

-Bueno, voy a seguir con lo mío. Nos vemos el lunes.

María se volvió al espejo de nuevo. Mirando una y otra vez. Eran caras, sí, pero ya lo había dicho Pilar, le quedaban como un guante.

Minutos después salía de la tienda con una bolsa enorme y una sonrisa más grande aún.

Cruzó la vía principal, llegó a la manzana de la universidad, atravesó el parque, siguió recto hasta la esquina del quiosco y tomó la calle del colegio. Al lado del supermercado estaba el vagabundo de siempre, le dio los céntimos que le habían sobrado de las botas casi sin detenerse y se desvió por la calle de su casa... La panadería, la tienda de fotos, la tienda de los chinos y por último, el portal número 2, su casa.

Subió por la escalera y abrió la puerta.

Sus dos hijos corrieron a saludarla, estaban muertos de hambre.

Habían pasado la tarde intentando ver la tele, pero estaba rota.

-¡Como todo en esta ruina de casa!- dijo el padre de María, que vivía con ella y sus dos hijos.

-¡Tanto quejarte -le replicó ella- y ya podías haber preparado algo de cena para los niños!.

Él decidió contraatacar:

-¿Me has traído las medicinas?

María se mordió el labio, se le habían olvidado por completo.

-Por cierto- el padre continuó al ver la bolsa que llevaba su hija- ha llegado otra carta del banco, lo de siempre...

María y él se miraron en tensión. Ella cogió las botas y se fue andando con rabia hacia su habitación, cerró la puerta de golpe y tiró la bolsa sobre el lado inutilizado de la cama de matrimonio.

Hacía mucho frío, la ventana se había quedado abierta de nuevo, tenía que llamar de una vez al carpintero para que la arreglara.

Entró al baño, una de las bombillas estaba fundida. Suspiró, tomó un algodón con desgana y sin quitar la vista del espejo, comenzó a pasárselo lentamente por los ojos, por los labios y por los pómulos, casi a oscuras, quitándose el maquillaje que ya no necesitaba.

4 comentarios:

Txé dijo...

Me encanta! pero, por sacarle defectos, que mujeres más trabajadoras que trabajan hasta un sábado pijo! y al final...sin duda la bombilla rota indicaba un suicidio!


BSikos

DoctorMente dijo...

María es una compradora consumista.

Ainis dijo...

Al vuelo, pillada al vuelo, DoctorMente.

Anónimo dijo...

Darse algún que otro capricho de vez en cuando está bien, pero el consumismo ya es un vicio. Como dice Tyler en "El Club de la Lucha", "todo lo que posees acaba poseyéndote".

Un saludo ;)

www.abogadodesofia.blogspot.com

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