La encontró

Sonreía, sonreía inevitablemente, se trataba de una sensación agradable y eufórica, la sensación que te deja el amargo dolor cuando se va, la que te da el encontrar algo que buscas ansiadamente en el momento en que lo buscas y no cuando buscas otra cosa.

Inevitablemente como cuando sientes frío cuando hace frío, como cuando no puedes beber un solo trago de agua debido a que tienes mucha sed.

Si hoy le preguntaran no se acordaría de si estaba sentada o de pie, de si alrededor había gente o no, ni para qué decir que no recordaría si llevaba los vaqueros o la falda.

Porque hay momentos en los que todo se difumina y solo existe lo que tus ojos miran, y a eso se dedican los demás sentidos.

Nunca creyó que esa situación la encontrara a ella y digo “la encontrara a ella” porque ella ya se cansó de buscar.

En sus eternas libretas se leía entre líneas una y otra vez aquello, de forma subconsciente (como la sonrisa que no podía desfruncir de sus labios).

Le cantaba, aquella persona le cantaba.

Esa canción se instalaría en su mente por siempre, dividiendo su vida en dos periodos, uno antes y otro después de ese momento.

Y mientras, ella la contemplaba y pensaba que nunca nadie se había parecido tanto a ella como esa persona, que probablemente unos años antes no le hubiese causado tanta impresión porque ambas serían diferentes, que en definitiva había llegado justo a tiempo, por fin... el lugar adecuado en el momento justo, por fin... la cabeza dirigida en la dirección adecuada, por fin... las palabras en su debido instante, al fin...

La naturalidad de la comprensión mutua, la seguridad de la confianza, la magia de la complicidad. Todo nació tras esa canción que ella le cantó.

Así como yo os lo cuento.