Ahora, verde


Ya hace tiempo que no lloro y no recordaba esa sensación, porque llorar es una cosa y otra es el por qué. Eso es lo que más duele.

Hace tiempo que no me quedo un sábado sin nada que hacer, completamente sola en mi habitación, muerta de asco, mientras otros se divierten en las calles. Solía jugar con muñecos recreando escenas de la semana tal y como me hubiese gustado que fueran y con el paso del tiempo escribir futuras letras de canciones o buscar (pese a mis nulos conocimientos de guitarra) algunos punteos que me hiciesen sentir bien. Luego me cansaba y ponía canciones en la minicadena. Y otras noches me conectaba a internet para hablar con ese chico que tanto me gustaba y casi nunca estaba, recuerdo también que cuando aparecía, acababa decepcionándome por cosas que decía.

No sé por qué, pero hiciese lo que hiciese siempre acababa triste y en el peor de los casos, llorando.

Pero pasara lo que pasase yo no salía de mi habitación.

Hasta que un día todo había cambiado. No sé por qué me tocó a mí y en ese preciso momento, “la vida es así” dicen. Supongo que ya me tocaba amanecer.

No fue nada rápido como sucede en las películas, no.

La conocí en mi instituto, pero una cosa es conocer a un compañero y otra muy distinta conocer a un amigo. Y para que ese trámite ocurriese pasó un año entero.

Mi vida aparentaba ser diferente, yo misma lo creía, hacía cosas que siempre soñé hacer, cosas de persona normal y ella estaba conmigo.

Me mostró que la vida es algo más que acordes mojados en lágrimas en una habitación un sábado por la noche.

Y no pretendo narrar toda una historia, pues fue larga, como ya he dicho, sino que cambiéis si es que de verdad necesitáis hacerlo, igual que yo lo necesitaba.

Nuestra relación fue extraña desde el principio. Ella no tenía amigas de mi estilo. Yo no le caía bien a ninguna, incluso su familia me miraba con ojos tajantes. No era nada fácil andar por el instituto sin ella, antes pasaba desapercibida pero ahora que estaba a mi lado, eso era imposible.

Muchos me llamaron su sombra y no estaban muy lejos de la realidad. Lo cierto es que la envidiaba, envidiaba sus ojos, su pelo, su forma de ser, ella era fantástica y todos los que la conocían lo sabían. Mi sueño era llegar donde ella estaba.

Yo la quería como nunca he querido a una amiga en mi vida, pero ella me abandonó.

No me di cuenta hasta que un día la busqué en su cama, en su pupitre, en aquel sitio que solía frecuentar en los recreos... Su guitarra se quedó sola, sus zapatillas llenas de aire... Todas las cosas que la definían no eran nada sin ella, ni siquiera yo.

¿Qué pasó entonces con todo lo que la rodeaba? Dejó una estela de sueños inacabados, lagrimas de color verde, corazones desquebrajados y soledad, pura y dura soledad, pues nadie quería hablar de ella, la desplazaron a un plano paralelo a la rutina para poder continuar.

Para mí fue algo parecido lo que ocurrió, sin embargo, mi dolor duró algo menos... quizá porque fui su más cercano cómplice, conociendo todo el contenido de su mente, quizá porque me dejó su “testamento” en forma de diario...

Y fue una tarde de abril cuando lo encontré, su madre me dio una caja con una nota que llevaba mi nombre. Supuestamente era suya, para abrirla yo en mi intimidad, pero la mujer se quedó allí parada, esperando... La miré y vi en sus ojos algo que llevaba viendo en los míos durante mucho tiempo, así que abrí la caja con su madre delante.

Ambas nos esperábamos algo así, pero, como siempre, ella volvió a sorprendernos.

En el interior de la caja había exactamente diecisiete cosas, entre ellas, dos fotografías, un vinilo de hacía 20 años, una cuerda de guitarra, un estuche de maquillaje, un libro, una pelota de tenis viejísima ya de color marrón, una vela, una botellita de colonia... Cada una de las cosas pertenecía a una persona diferente y todas tenían su correspondiente pedacito de papel. Para mí había un simple sobre de color violeta, lo abrí sin vacilar y comencé a leer mientras la madre, llorando, contemplaba su parte de la caja.

Me pedía que entregase los regalos a la gente y me quedase con la caja. Decía, en realidad, muchas cosas más, pero iré al grano.

En una semana todo estuvo repartido y para mí no era ninguno de los regalos. Tan sólo me quedaban la carta y la caja, así que guardé bien guardada la carta y coloqué la caja a modo de mesilla de noche, bocabajo. Fue entonces cuando descubrí que en el culo de la caja había escrita una dirección de un blog de internet.

Ese blog era un relato detallado de toda su vida, de todos sus pensamientos. Muchas cosas ya me las había dicho, pero claro, había otras cosas de esas que cuesta decir a la cara y estaban allí, todas para mí. Me pareció el regalo más especial de todos.

Tardé como tres semanas en leerlo todo y al acabar, mi persona había dado un giro radical, ya no me podía reconocer ni en mis propias fotos. Una vez más todo parecía haber cambiado, sólo que esta vez sentía algo que no había sentido antes en mis anteriores “cambios”. Tenía sus secretos, su modo de ver la vida, la tenía allí conmigo cada vez que quisiese, solo para mí.

De repente ya no estaba triste.

Por eso hace tiempo que no lloro, que no me quedo los sábados sin nada que hacer, muerta de asco en mi habitación, ni jugando con muñecos, ni inventando, ni escuchando canciones tristes, ni hablando con gente estúpida y decepcionante en internet.

Sí, ha llegado el momento de dejar de llorar y reír, reír todo lo que puedas y más, de mirar los acontecimientos directamente a los ojos, de levantarse y sin llegar a hacer lo que ella hacía, pues es imposible imitar a alguien así, conseguir esa sensación que causaba a la gente de su alrededor. Si tan sólo alguien pudiese ver lo que yo veo, si alguien pudiese experimentar el cambio que ella me hizo hacer, sólo por eso valdrían la pena estas líneas.

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