Lady of the Flowers

La princesa abrió los ojos. Se estaba oscuro arriba, así que decidió bajar allá donde la iluminación es artificial. Desplegó sus alas y descendió de forma lenta, muy lenta... Abajo todo era diferente.

Todos los días abro los ojos y lo primero que veo es mi móvil siendo apagado por mí misma. Creo que nunca he visto otra cosa y eso me agobia. Lo peor son esos días en los que, a causa del cambio de hora, “amanezco” de noche.

Una vez abajo, la princesa comienza a revolotear con mucho trabajo, sus alas ya no son lo que eran. Contempla el cielo del que desciende, aún oscuro a pesar de la luz artificial. Desde luego, esa luz es una mentira, nada que ver con los rayos que de vez en cuando se ven desde su árbol.

No hay nada más triste que no ver el sol, sobre todo para mí, chica sureña, que los días de lluvia algo me reconcome por dentro, como si la luz que le falta al cielo quisiese salir por mis ojos. Y yo que creía que me gustaban los días nublados...

Y vuela que te vuela, la chiquilla. Está cada vez más cansada, pero feliz porque el cielo va tomando más color, a pesar de ser una mañana gris. Va a llover. La brisa no indica lo contrario y la princesa aprovecha una ráfaga para descansar. No era ésta demasiado alta, la princesa se descontrola en el aire y va a parar irremediablemente sobre el ojo de un chico que, al instante, se sobresalta y levanta la vista, antes fija en sus pies. Justo en ese momento, las farolas se apagan. La luz es ya completamente natural.

Aún así, nunca están de más unas gotas transparentes bajo el cielo gris. Seguro que más de una a despertado a algún adolescente que caminaba por la calle, con los cascos puestos, mirando al suelo, pensando en cosas que solo pensamos los jóvenes, despreciando cualquier detalle que la princesa casualidad ponga en nuestras narices para que lo aprovechemos, lo despreciemos o simplemente nos cosquemos de que está ahí, delante de nosotros. Son pequeños detalles, como que vivas el momento exacto en el que no es necesaria la luz de una farola para que puedas caminar sin tropezarte y por consiguiente, se apague.

El chico se dio cuenta en el instante exacto. Ve de repente a la princesa y sonríe, ahora comprende. La princesa se ruboriza, huye con algo de miedo. Una vez lejos, se posa en una flor para descansar, ella también comprende y sonríe...

Es en esos momentos, aparte de en muchos más, en los que se puede decir que la ficción se ha unido a nuestra realidad y no podemos evitar darnos cuenta y sonreír.

1 comentario:

Ainis dijo...

Hola principessa, no me acordaba de lo bien que escribes aveces...........................
^^

Más y más tururúS